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La autorregulación: un proceso fascinante en el desarrollo infantil (1ra. parte)

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La autorregulación está definida como la capacidad que tenemos las personas para modificar nuestra conducta en virtud de las demandas cognitivas (relacionadas con la adquisición de  conocimientos), emocionales y sociales de situaciones que se nos presentan a diario.  La capacidad de autorregularse es la base para modular la conducta.

Al comienzo durante los primeros meses de vida de un bebé, la regulación es principalmente externa: es llevada a cabo por los padres y por las características del ambiente donde este  se desarrolla.

El cuidado de un bebé incluye una gran cantidad de información sensorial que ayuda al niño a conseguir el estado de calma. Amamantar, mecer, cantar, acariciar y hablar suavemente estimula los sentidos del tacto, el oído, el olfato, la propiocepción (es el sentido que informa al organismo de la posición de los músculos)  y el sistema vestibular (lo que nos ayuda a permanecer en equilibrio y ubicarnos en el espacio). Todo esto estamos haciendo mientras asistimos a nuestros niños y no tenemos registro de lo importante que es para su organización futura. Instintivamente cuando tenemos a nuestros hijos en brazos (caricias mediante), comenzamos a hamacarnos y a cantarle suavemente mientras los miramos a los ojos.

A medida que el niño crece, va adquiriendo capacidades de regulación interna por medio del desarrollo de mecanismos de control, lo que le permite manejar las emociones de manera constructiva y focalizar la atención.

La autorregulación se desarrolla en tres niveles:

El primer nivel involucra todo lo involuntario que tiene que ver con las funciones automáticas de nuestro organismo: respiración, temperatura, tono muscular, estado de sueño y vigilia: es decir todo aquello a ayuda a mantener la supervivencia. (ejemplo: los bebés que se duermen en las fiestas donde hay mucho ruido y música fuerte).

El segundo nivel comprende el desarrollo de estrategias como monitoreo y búsqueda visual, atención selectiva, movimientos adaptados y vocalizaciones que ayudan a responder en cada situación (ejemplo: los bebés que ante situaciones de llanto intenso logran reorganizarse succionando el chupete, obteniendo la calma y la relajación).

El tercer nivel de autorregulación implica el desarrollo de habilidades cognitivas para la resolución de problemas, la organización a través del lenguaje, planificación, organización, ejecución y evaluación de estrategias. Todo esto no está presente durante el primer año de vida, pero sí a partir de la niñez y a lo largo de la vida e implican actividad voluntaria.

Entonces como vemos, nuestra acción como padres con las rutinas y cuidados que imponemos a nuestros hijos, la maduración del sistema nervioso, el desarrollo del temperamento y el procesamiento de todos los sentidos que se desarrollan en nuestros hijos, hace posible que el proceso de autorregulación genere la posibilidad de crecer en forma sana y armoniosa.

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