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¿Cuándo es el mejor momento para tener el segundo hijo?

 

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Luego de un primer hijo, la vida en pareja cambia totalmente, reacomodándose y encontrando un nuevo equilibrio.

De ser dos, con una libertad absoluta, sin horarios de comidas, siestas e improvisando continuamente las salidas en el día a día, con la llegada del primer hijo, se establece una “rutina” a la cual debemos adaptarnos.

Este cambio nos obliga a generar un nuevo “orden” familiar: nos debemos poner de acuerdo con nuestra pareja en las pautas a seguir y “dos culturas” entran en choque (la materna y la paterna) para lograr establecer una “nueva cultura” que identifique a esta familia ya consolidada.

El no dormir bien, el no poder hacer lo que uno quiere y cuando lo quiere, genera una crisis personal que algunas parejas la transitan bien y otras no tanto: se afianzan como “bloque” indisoluble o comienzan reproches como: este proyecto lo generamos juntos y ahora me siento más sola/o que nunca, no puedo con todo: la casa, el niño, el trabajo…

El “dejar de mirarnos el ombligo” (en el sentido figurativo de la frase), es un paso fundamental en la proyección como padres, que nos permitirá poner a este nuevo ser en un lugar de preponderancia y cuidado.

Una vez alcanzado este equilibrio, en algunos casos, las parejas comienzan a plantearse la posibilidad de un segundo hijo, pero ¿cuándo es el mejor momento para tenerlo?

Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que uno no tiene un nuevo hijo para “darle un hermanito/a” al que ya vive entre nosotros.

Un nuevo hijo surge del “deseo” conjunto de la pareja y de la necesidad de una nueva proyección. Es muy necesario que la pareja esté bien consolidada.

Es verdad es que hoy en día muchas parejas comienzan a tener su primer hijo rondando los 30 – 35 años de edad y que el reloj biológico corre para todos… pero esto no debe ser una razón para apurarnos a tomar la decisión de agrandar la familia.

Si el proyecto de un segundo niño no surge desde el deseo personal de cada uno, va a ser muy difícil transitar esta nueva etapa.

Es necesario que éste sea tanto materno como paterno: no sirve acompañar el deseo del otro. Obvio que esto es un proyecto de a dos, pero tanto la mamá como el papá deben tener las ganas de volver a transitar esta fantástica experiencia.

Un segundo hijo genera una alteración del “orden” alcanzado: es imposible vivir el posparto con la plenitud que lo vivieron con el primer hijo, dado que hay un niño dando vueltas por la casa que requiere también de mucha atención. Si esperan vivir el posparto de la misma forma en la que lo hicieron con el primer niño, seguramente se frustrarán.

No se debe tomar esto como menor calidad de cuidado: es distinto. La pareja a esta altura cuenta con un montón de herramientas que con el primer niño no tenía.

La diferencia de edad entre los hermanos es otro punto a considerar: no hay reglas escritas para esto: si se llevan pocos años, jugarán juntos por transitar etapas parecidas. Si se llevan muchos años, aprenderán a compartir cosas diferentes no tan vinculadas al juego.

La realidad es que la relación entre hermanos no se define por su diferencia de edad, sino en cómo crecen como familia, en cómo aprenden a compartir y a disfrutar del tiempo juntos.

El vínculo entre hermanos es algo que construirán entre ellos, es algo natural en lo que no debemos preocuparnos demasiado.

Para concluir, en la decisión de un nuevo hijo, no se debe tener en cuenta el mandato social. Debemos sentir el DESEO de tenerlo y contar con una SOLIDEZ en la pareja para transitarlo.

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