Adolescencia y Drogas
La adolescencia es el periodo de la vida en el cual el individuo adquiere la capacidad de reproducirse, transita de los patrones psicológicos de la niñez a la adultez y consolida su independencia económica. Este periodo quedaría enmarcado en la segunda década de la vida.
Un concepto asociado al adolescente es el de Riesgo: entendemos por riesgo la probabilidad de que ocurra algún hecho indeseable.
Las conductas de riesgo agrupan aquellas actuaciones repetidas y fuera de determinados límites, que pueden desviar o comprometer el desarrollo psicosocial normal durante la infancia o la adolescencia, con repercusiones perjudiciales para la vida actual o futura. Muy a menudo, ciertas conductas de riesgo del adolescente son de tipo reactivo y no representan más que una manifestación, más o menos oportuna, de su camino hacia la autonomía y la independencia
Los adolescentes necesitan explorar los límites, cuestionar las normas, enfrentarse a sus dudas y emociones, desafiar las potencialidades de su propio cuerpo y establecer unas nuevas formas de relación con los adultos. Se trata de manifestaciones normales de la crisis fisiológica de la adolescencia. Solamente cuando estas situaciones se repitan con excesiva frecuencia o excedan los límites del comportamiento social aceptable, podremos hablar de conductas de riesgo.
En las conductas de riesgo suele existir conciencia del peligro que se corre, pero prima un sentimiento de invulnerabilidad y una necesidad de demostrar a uno mismo y al entorno la capacidad de desafío de la norma.
La adolescencia es el tiempo de probar cosas nuevas: los adolescentes usan el alcohol y las otras drogas (marihuana, cocaína, etc) por curiosidad, para sentirse bien, para reducir el stress, para sentirse más grandes o para pertenecer a un grupo.
Es muy difícil poder establecer cuál de ellos van a experimentar y para ahí, y cuál va a tornarse un adicto.
Se pueden distinguir tres etapas en el proceso de evolución hacia la adicción:
- Primera: el joven recurre a la droga esporádicamente y puede abandonarla si lo desea. Es buen momento para una intervención adulta de protección. Habitualmente la presión del grupo y sus carencias personales hacen que el consumo continúe. La droga le es regalada o compartida. No afecta su vida familiar, escolar, laboral o de relaciones sociales.
- Segunda: casi sin darse cuenta, el consumidor se convierte en adicto. Abusa de la droga, la tolera y padece el síndrome de abstinencia. Puede participar de pequeños hurtos para hacerse de dinero; también participar en la distribución de drogas que le es retribuida con sustancias para uso personal. Comienzan a afectarse el rendimiento escolar, el desempeño laboral, las relaciones familiares y sociales. Lleva una doble vida, una cotidiana, mentirosa y transgresora para los allegados habituales y otra adictiva que se desarrolla con grupos de pares que tienen similares comportamientos.
- Tercera: la dependencia es absoluta. No puede vivir sin drogas. Puede robar y participar de actos delictivos para conseguir la sustancia química. Se ha deteriorado toda relación con la familia, la escuela o el trabajo. Busca obsesivamente y compulsivamente la droga. Imposibilidad absoluta de abstinencia si no recibe ayuda. Corre riesgo de muerte.
Es por todo esto que más que obsesionarse con una conducta persecutoria, los padres deben propiciar un entorno que desaliente el consumo. Y ser conscientes que la droga está, y puede llegar a cualquiera. Cada vez más la “cultura del consumo” intenta llegar a un público de menor edad. Los niños están en la mira de todas las empresas y la enorme presión para consumir, sumada a la dificultad de los padres para poner límites, generan el escenario propicio para el uso de sustancias. El consumo de marcas y objetos dadores de ilusoria identidad social reemplaza al camino que deben transitar los jóvenes para construir su propia identidad, un fenómeno que se reproduce en el campo de las adicciones. Para prevenir, lo importante no es enseñar a la familia a oler la ropa, observar ojos colorados y pupilas dilatadas y a buscar sobrecitos de dudoso origen. La mejor prevención es poner el énfasis en la crianza y en el desarrollo global del individuo, anticiparnos al desarrollo de una personalidad adictiva brindando un contexto nutriente y contenedor, que es aquel que permite a la persona hacer un acopio de vivencias, recuerdos y situaciones ligadas a lo afectivo y a la salud.